Pasadas las 2:00 de la tarde, la esperanza de que abrieran la puerta del Clemente Museum, en Pittsburgh, era poca. Llegábamos del recorrido del PNC Park, hogar de los Piratas, y hasta unos boricuas que nos encontramos en el parque y que vieron el museo antes, ya nos lo estaban vendiendo con un “tienen que ir, trátenlo”. No era nuevo para nosotros. Llevábamos meses hablando sobre visitarlo, pero cuando podíamos ir, siempre estaba lleno y el viaje había que aprovecharlo.
Esta ocasión no era la excepción. Los 21 espacios que se venden a $21 cada uno para honrar al número 21, Roberto Clemente, estaban llenos y nadie abría la puerta cuando tocábamos. Ya estábamos haciendo planes para regresar en un futuro a la ciudad que celebró a Clemente al hacer el hit 3,000 para poder visitar el museo. Hasta que… en una muestra de que “la peor gestión es la que no se hace”, tocamos el timbre. Y así, de la nada, a punto de irnos, una voz nos detuvo. “Son $21 por persona y ya empezó el tour. Me pagan al final”, dijo el que se convirtió en guía de nuestro recorrido.
Tres pisos llenos de la historia de Roberto Clemente nos esperaban en un tour de 90 minutos. Fotografías, cartas de pelota, bates y bolas conmemorativas, cortes de periódico, uniformes, documentos oficiales y hasta las imágenes de su boda con Vera Clemente estaban allí. La idea de tener de cerca tanta memorabilia y disfrutar con más personas la admiración del pelotero parecía mágico.
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Observar que a ese ser que en algún momento de nuestras vidas nos mostraron en alguna clase en la escuela o en una conversación en casa y ver cómo lo admiraban en otro lugar, fue un acto de reconocimiento e identidad. Fue orgullo.
El museo está organizado como una fundación sin fines de lucro en la ciudad para celebrar la vida y preservar el legado de Clemente. Se reconoce este lugar como el que contiene la mayor colección de fotografías y objetos relacionados al pelotero desde la perspectiva deportiva pero también social.
Además de ser un gran atleta, uno de los más importantes logros de Clemente fue su labor social y comunitaria a través de donaciones, eventos filantrópicos y clínicas deportivas, entre otras muchas gestas solidarias. Precisamente en una de esas clínicas estaba uno de los boricuas que nos encontramos en el parque. Nos mostró su foto con Clemente con el mayor de los orgullos. “Ese que está ahí, al lado de Clemente, ese soy yo cuando chiquito”, decía.
Contó que cuando fue al museo le aplaudieron al decir que era de Carolina, del pueblo de Clemente. Me encantaría encontrarme nuevamente a esta pareja para decirle que eso que “nos vendieron” era lo que esperábamos y que salimos más que emocionados de visitar el Clemente Museum.
Recuerdan a Roberto Clemente en el PNC Park
El viaje a Pittsburgh estaba destinado al PNC Park con taquillas en mano. Aunque reconocíamos que no era el mismo parque en el que Roberto Clemente hizo sus grandes logros como atleta, nos preguntábamos cómo lo recordarían.
La vista del parque había sido catalogada como una de las mejores en todos los de las Grandes Ligas. ¿Qué se veía? El Roberto Clemente Bridge enmarcando la ciudad de Pittsburg.
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El número 21 era el gran protagonista de muchas de las historias que nos narró el guía y ni se diga de las anécdotas, el museo del parque y hasta su propio homenaje con la pared de 21 pies en el jardín derecho del parque en su honor.
Una cita célebre de Clemente es la que recibe a los jugadores en ruta al terreno de juego como lema de vida.
Hoy muchos llevan el número 21 en sus espaldas para rendir tributo a la vida de Roberto Clemente y su histórico legado deportivo y social. Hoy celebramos que pueden pasar 50 años, pero el 21 sigue vivo en nuestras memorias y en nuestros corazones.